EL MIEDO AL CONFLICTO ES MALA GUIA
Aunque el miedo es una emoción valiosa cuando nos alerta sobre peligros que amenazan, deja de serlo cuando actuamos indebidamente amedrentados por él. Tal es el caso del miedo a los hijos, un sentimiento de proporciones epidémicas entre los padres de familia que es hoy la causa de muchas de nuestras acciones y decisiones inapropiadas.
“Por miedo, no por bondad, surgieron los padres permisivos”, afirmó el filósofo Jaime Barylko. En efecto, es el miedo a que los hijos no nos quieran por lo poco que nos ven el que nos anima a ponerles pocos límites y a darles gusto en todo. Es el miedo a que no nos cuenten sus cosas el que nos hace igualarnos con ellos y dejar de ser padres para convertirnos en compinches. Es el miedo a disgustarlos el que nos hace permitir que vayan a fiestas, lugares y paseos que no deben y con quien no deben. Es el miedo a que nos rechacen por viejos o feos el que nos hace tratar de lucir tan jóvenes y bellos como los ídolos que admiran. Es el miedo a que nos tachen de anticuados el que nos hace permitir que se vistan de forma indecente, que vean películas horrendas, que se entretengan con música y juegos violentos o que tomen licor. Es el miedo a que fallen o sufran el que nos empuja a ayudarles más de lo debido y a asumir sus problemas como propios.
Sin embargo, a lo que deberíamos tenerle más miedo es a que los hijos fracasen porque no saben hacer ningún esfuerzo, a que cojan el mal camino porque se acostumbraron a que todo les está permitido; y a que no sepan amar porque aprendieron a recibir pero no a dar. Es decir, que carezcan de lo que necesitan para llegar a ser personas estructuradas, seguras de sí mismas y correctas, atributos indispensables para triunfar.
El miedo al conflicto y a dejar recuerdos indeseables en los hijos es un sentimiento tan poderoso que nos motiva a decir sí cuando debemos decir no. Tiene que ser tenebroso estar bajo la tutela de unos padres débiles y amedrentados que rueguen para no ordenar, cedan para no disgustar y callen para no molestar. Es un peso enorme para nuestros hijos que estemos apostando tan alto a ser amados por ellos, y que temamos tanto a perder su aprobación.
Sólo en la medida en que nos dejemos guiar, no por nuestros temores, sino por un verdadero amor por los hijos que se traduzca en hacer lo que más les convenga a ellos por difícil o doloroso que sea para nosotros, crecerá nuestro autorrespeto y, así mismo, la solidez y certeza con que lideremos las etapas formativas de su vida. Y en esa misma medida crecerán las posibilidades de que ellos tengan las cualidades y atributos que precisan para crecer sanos en un mundo difícil y tener un papel protagonista en su destino.
(Angela Marulanda
EL DEBER EXTRA - Nº 1270 – 19/03/06)
“Por miedo, no por bondad, surgieron los padres permisivos”, afirmó el filósofo Jaime Barylko. En efecto, es el miedo a que los hijos no nos quieran por lo poco que nos ven el que nos anima a ponerles pocos límites y a darles gusto en todo. Es el miedo a que no nos cuenten sus cosas el que nos hace igualarnos con ellos y dejar de ser padres para convertirnos en compinches. Es el miedo a disgustarlos el que nos hace permitir que vayan a fiestas, lugares y paseos que no deben y con quien no deben. Es el miedo a que nos rechacen por viejos o feos el que nos hace tratar de lucir tan jóvenes y bellos como los ídolos que admiran. Es el miedo a que nos tachen de anticuados el que nos hace permitir que se vistan de forma indecente, que vean películas horrendas, que se entretengan con música y juegos violentos o que tomen licor. Es el miedo a que fallen o sufran el que nos empuja a ayudarles más de lo debido y a asumir sus problemas como propios.
Sin embargo, a lo que deberíamos tenerle más miedo es a que los hijos fracasen porque no saben hacer ningún esfuerzo, a que cojan el mal camino porque se acostumbraron a que todo les está permitido; y a que no sepan amar porque aprendieron a recibir pero no a dar. Es decir, que carezcan de lo que necesitan para llegar a ser personas estructuradas, seguras de sí mismas y correctas, atributos indispensables para triunfar.
El miedo al conflicto y a dejar recuerdos indeseables en los hijos es un sentimiento tan poderoso que nos motiva a decir sí cuando debemos decir no. Tiene que ser tenebroso estar bajo la tutela de unos padres débiles y amedrentados que rueguen para no ordenar, cedan para no disgustar y callen para no molestar. Es un peso enorme para nuestros hijos que estemos apostando tan alto a ser amados por ellos, y que temamos tanto a perder su aprobación.
Sólo en la medida en que nos dejemos guiar, no por nuestros temores, sino por un verdadero amor por los hijos que se traduzca en hacer lo que más les convenga a ellos por difícil o doloroso que sea para nosotros, crecerá nuestro autorrespeto y, así mismo, la solidez y certeza con que lideremos las etapas formativas de su vida. Y en esa misma medida crecerán las posibilidades de que ellos tengan las cualidades y atributos que precisan para crecer sanos en un mundo difícil y tener un papel protagonista en su destino.
(Angela Marulanda
EL DEBER EXTRA - Nº 1270 – 19/03/06)
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