HIGIENE MORAL
La salud es lo primero, de eso no cabe la menor duda. Por eso el desvelo de muchos padres es que sus hijos estén sanos. Para lograrlo, no escatiman ningún gasto, ningún esfuerzo, sólo que a veces, sin intención y hasta sin darse cuenta, lastiman algo igualmente importante: la personalidad de los pequeños.
Para que un niño crezca sano física y mentalmente, no debe recibir ni golpes ni gritos ni amenazas. No están justificados por motivo alguno. Cuando Maqui hábelo dijo que “el fin justifica los medios”, se refería al ejercicio del poderoso sobre los desprotegidos, al abuso del príncipe medieval sobre sus vasallos; no hablaba del modo como los padres deben educar a sus hijos. La rudeza no conviene a la armonía familiar, mucho menos la violencia.
Quien piense que golpeando o amenazando a un niño lo está educando y que lo hace “por su bien”, se equivoca. Ninguna violencia familiar puede justificarse diciendo que “lo agradecerá cuando crezca” o que “ya lo entenderá cuando sea adulto”. La salud del alma, de la mente, es tan importante como la salud del cuerpo y, además, ambas están tan íntimamente entrelazadas que cuando una falla, la otra termina por fallar indefectiblemente.
La salud comienza por el cuerpo, pero el cuerpo y el alma son como una misma cosa con dos formas distintas: los dos lados de la misma moneda. ¡Tú eres la moneda! Es tan importante que cuides de tu salud física como de tu salud mental.
Todavía hay personas a quienes les sorprende oír hablar de salud mental en relación consigo mismas porque piensas que eso sólo tiene que ver con “los locos del manicomio”. ¡Muy por el contrario! La salud mental tiene mucho que ver contigo, con tu familia y con la posibilidad de disfrutar de una vida plena.
Cuando algo comienza a fallar en el cuerpo de una persona, estamos acostumbrados a decir que está enfermo. En cambio, si algo no marcha bien en su mente, en su personalidad, en su carácter, en su temperamento, nos apresuramos a tildarlo de “loco”, de “neurótico”, de “histérico”, aun si no conocemos el significado preciso de estas palabras.
Del que padece una enfermedad física se dice “¡Pobrecillo, está malito!” Y todo el mundo le tiene compasión. Se le apoya para que sane lo más pronto posible, se le cuidad y se le consiente hasta que se alivia y se le tiene muchísima paciencia hasta que se recupera. En cambio, a quien tiene un problema de personalidad se le llama loco y se lo hace de lado. Se lo desprecia o se le tiene miedo. Nadie lo ayuda; por el contrario, todos procuran alejarse lo más posible, como si estuviera infectado con un virus contagioso. O, peor aún, se burlan de él, lo hacen objeto de sus bromas más crueles y terminan por hacerle daño. Esto es un error, un grave error.
La locura, en un sentido poético, es el valor de atreverse más allá de las convenciones, la imaginación para ver detrás de la simple apariencia de las cosas. Como el Quijote de la Mancha , que sabía apreciar la belleza del alma de las lavanderas del pueblo y siempre estaba listo para luchar contra cualquiera con el fin de hacer prevalecer la justicia, ¡incluso contra los molinos de viento! Ésa es la locura en un sentido literario. Y, como dice el refrán, “de médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.
Ahora que... ¡debemos entender las cosas en su proporción justa! Un catarro es una enfermedad; una pulmonía también es una enfermedad. Son problemas de alcances muy diferentes y por eso se tratan de manera distinta. No internarías a tu hijo en un hospital para que le curen un catarro. Tampoco lo meterías a la cama a descansar si lo que tiene es pulmonía. Sólo que si no le atiendes el catarro, podría convertirse en pulmonía.
De igual manera, un rasgo de la personalidad que en sí mismo no es un problema –como ser un poco indiferente, algo tímido, flojo o enojón- puede llegar a convertirse en algo muy doloroso y muy delicado para una persona –y para quienes la rodean- si no se le atiende oportunamente. Eso no significa que esté loca, pero si no se le ayuda a tiempo, podría llegar a padecer más adelante un problema serio de la personalidad.
La mente también se enferma y, de la misma manera que el cuerpo, requiere de cuidados para prevenir que ocurra o para curarla cuando llega a producirse. En realidad, la mente es más compleja que el cuerpo. Sin embargo, aunque muy poco se conoce de su funcionamiento profundo, sabemos lo suficiente para comprender que debemos preocuparnos por mantenerla en las mejores condiciones posibles. ¿De qué manera?
Para andar por la vida, tienes que tener una idea aproximada de quién eres y de qué quieres.
Durante la infancia aprendiste quién eras a partir de los demás. Te enseñaron a decir tu nombre, a distinguir a los demás por el suyo, a pedir agua cuando tenías sed o pan cuando tenías hambre. Poco a poco fuiste aprendiendo cosas cada vez más complicadas, como a distinguir un hombre de una mujer aunque los dos anduvieran con pantalones, o a medir el paso del tiempo. Muy especialmente te enseñaron a distinguir entre lo que era “bueno” y lo que era “malo”.
Todo eso, a la larga, te fue entrenando a pensar por tu cuenta, hasta que fuiste capaz de comenzar a hacerte tus propias ideas sobre algunas cosas y de tomar tus propias decisiones. Lo más probable es que no hayas cambiado de nombre, aunque incluso eso puede hacerse si así se desea (tengo un amigo que al llegar a la mayoría de edad decidió abandonar el Juan con el que lo conocía, porque se sentía mucho más a gusto llamándose Sebastián, así que se cambió el nombre). Si el nombre no, con bastante seguridad, en cambio, a estas alturas ya habrás cambiado algunas de tus apreciaciones sobre lo que juzgas “bueno” o “malo”.
Sin embargo, aun si ya no estás de acuerdo con las cosas que te enseñaron tus padres, tu moral actual es algo que construiste a partir de la que ellos te dieron de niño: quitándole un poco aquí, añadiéndole otro poco allá, cambiando esto o suavizando aquello. Con mucha frecuencia, los adolescentes refuerzan su sentido de independencia adoptando justamente la posición contraria a la de sus padres y, unos cuantos años más tarde, ya siendo adultos, recuperan gran parte de lo que les enseñaron en la infancia.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona la moral con la salud mental?
Para recorrer un camino desconocido, es bastante aconsejable contar con una brújula. Los antiguos marineros lo sabían de sobra cuando se lanzaban a surcar los mares: es indispensable saber para dónde queda el norte. Pues bien, la propia vida es, a su manera, un camino que se te presenta como algo desconocido y para el que resulta muy útil contar con una buena brújula; de lo contrario, corres el riesgo de extraviarte o de permanecer dando vueltas en círculo interminablemente.
Ésa es precisamente LA FUNCIÓN DE LA MORAL , SERVIR DE BRÚJULA PARA ORIENTAR TU COMPORTAMIENTO.
En familia se adquiere la primera brújula. Enseñarte algunos principios básicos de moral fue tarea de tus padres y será la tuya con tus hijos. Se trata, sin embargo, de una brújula temporal, de una fórmula de arranque. Porque, a partir de los 4 ó 5 años, cualquier niño comienza a averiguar por su propia cuenta, más allá de las reglas que le enseñaron, qué le resulta “bueno” o “malo”. Gracias a ello se definen rasgos específicos de su personalidad que lo llevan a constituirse como una persona única e irrepetible. No sólo es normal: ¡es indispensable que así sea! De lo contrario nunca desarrollaría su capacidad de discernimiento para andar solo por el mundo.
La primera moral familiar con la que cuenta el niño le sirve de punto de apoyo para que, más tarde, él solo se atreva a arriesgarse más lejos, es decir, para que se transforme en un adulto independiente. Esa primera moral familiar es como la silla o el banco del que se sostiene cuando comienza a dar sus primeros pasos. Como sabemos, llega el día en que suelta la silla o el banco y, de la misma manera, el día en que ya no ve las cosas del mismo modo que sus padres, el día que es capaz de formular sus propias reglas morales.
Madurar, crecer, estar preparado para resolver los propios problemas a partir del criterio personal lleva tiempo. Ocurre poco a poco, no de golpe. Sólo que, para que suceda, HAY QUE RESPETAR LA POSIBILIDAD DE QUE CADA CUAL SE ENFRENTE CON LA VIDA A SU MANERA ¡DESDE LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA! Es la única forma de que alguien sea capaz de volar felizmente con sus propias alas, cuando llegue el momento de hacerlo. Exactamente del mismo modo como vas soltando, desde el principio y poco a poco, la mano de tu bebé: de lo contrario, ¡nunca aprendería a caminar por sí solo!
Si esto no ocurrió de ese modo en tu familia, nunca es tarde para comenzar a hacerlo y es UNO DE LOS PRINCIPIOS BÁSICOS DE HIGIENE MORAL QUE CONTRIBUYEN A MANTENER LA SALUD MENTAL : EL RESPETO INCONDICIONAL A LA INDEPENDENCIA MORAL DE CADA UNO.
Sin embargo, al mismo tiempo que cada persona de un grupo –los integrantes de tu familia, por ejemplo- tiene el derecho de responderse a sí mismo qué es correcto o incorrecto, es necesario mantener abierto el diálogo, porque LA MORAL DE CADA UNO TIENE QUE RESPETAR los límites que le impone LA MORAL DEL RESTO. NADIE DEBE ESTAR POR ENCIMA DEL BIEN COMÚN. De lo contrario, la agresividad se desata y se revierte en contra de todos.
Pongámoslo de este modo. Si alguien prefiere comer siempre pastel de chocolate y al otro, en cambio, le gustan los postres de cereza, ¿cómo resolverlo? No se puede obligar al segundo a que coma siempre pastel de chocolate: sería a todas luces injusto pero, además, terminaría por enojarlo o por deprimirlo. Podría ser el origen de un rompimiento definitivo entre ambos. ¡Mejor que unas veces sea de chocolate y otras de cereza! En el mejor de los casos, entre los dos podrían inventar un postre de chocolate con cerezas. Esa negociación les permitirá disfrutar a ambos de lo que les gusta aunque sea de vez en cuando y, al mismo tiempo, mejorar su convivencia.
En familia, el apoyo recíproco redobla los resultados. Es básico que tu primer grupo de referencia, tu “equipo”, respete incondicionalmente la libertad de decidir qué es lo que te conviene en la vida y, simultáneamente, que tú ofrezcas exactamente lo mismo a cada uno de ellos, poniéndose todos de acuerdo a través de una comunicación franca y abierta.
En consecuencia, tienes que aprender a ceder unas veces. También tienes que tomarte la molestia de convencer al otro de que sea él quien ceda de vez de cuando. ¡A ti te tocan los dos esfuerzos: dar y pedir! Es decir, sólo si tú asumes tu parte en los dos sentidos, estarás en condiciones de exigir que el otro cumpla su parte. Por difícil que parezca, a la larga reditúa en salud y bienestar, en armonía y equilibrio mental.
Como puedes darte cuenta, el compromiso que se echa a cuestas una persona (sin proponérselo siquiera, simplemente por su condición humana) es el de encontrar la respuesta correcta a cada una de las circunstancias de su vida tomando en cuenta el bien común, además de, por supuesto, sus propios deseos. Si consigue hacerlo estará cuidando su salud mental. De lo contrario puede llegar a padecer problemas de la personalidad de diferente alcance.
Por eso es necesario que otros crean en ti, que confíen en que conseguirás hacerlo. Su apoyo incondicional te permite enfrentarte con éxito a ese delicado compromiso y lograrlo. De esa manea te estarán prestando su ayuda para que sea tú quien procure mantenerte sano moralmente. A la inversa, tu apoyo incondicional les ayudará a cuidar su propia salud mental. Sin embargo, si las cosas llegan a complicarse demasiado al punto de que alguno sienta que ya no puede resolverlo solo, es aconsejable acudir con un psicoterapeuta, exactamente del mismo modo como se consulta al médico o al dentista.
Vivir en grupo supone contraer un compromiso permanente contigo mismo frente a los demás: estar dispuesto a ir más allá de ti para tomar en cuenta al resto, para apoyarlos. Y no por ellos, sino por ti mismo que en mucho dependes de su “buen estado”.
En síntesis, el respeto a la independencia moral es condición necesaria para mantener la salud mental.
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